Ahora me parece
que jamás
he salido del desierto
y que en el aire
que respiro
existen recuerdos
que todavía laten.
Los días de lluvia
me convierto en isla
conservando
los víveres suficientes
para no desfallecer.
Hay noches
que aprieto mi alma
contra mi carne
y me reconforta
sentirme,
ser hija y madre
al mismo tiempo,
protectora y protegida,
defensora y defendida.
De momento
he abandonado
la idea
de salir de aquí,
me he acostumbrado a ser
una habitación sin llave,
un espacio poblado de
soledades
que nunca me mienten,
que se ponen en paz
con las guerras
que me han sucedido.
Decía que soy un poema
en el desierto
hablando de amor y lejanía
y que por las noches
me abrazo.





A pesar de las guerras
la gente hace el amor,
engendra hijos,
cocina una sopa caliente
y los niños
juegan en el parque
con la inocencia.
A pesar de las masacres
la gente
hace footing por el paseo
y extiende su toalla
en la playa.
A pesar de las violaciones
las mujeres salen de casa
para bailar
toda la noche.
A pesar de que muchos
no llegan a la costa
siguen huyendo
de lo que sería
peor que la muerte.
A pesar de la explotación
las trabajadoras
se divierten en el bar
de la esquina.

A pesar
del movimiento
hay un escalofrío
que recorre las conciencias.