Resucito en cada verso
a lomos 
de un caballo
que no permite 
apuestas.
Asumo la imperfección
de los que amo
como la mía propia.
No pertenezco a nadie
aunque me pueda
entregar.
La belleza
siempre me salva
de la desolación.
Tengo ya
pocos miedos
que solventar.
A estas alturas
el amor
se ha quitado
todas las espinas.
Pido disculpas
-una vez más-
si mis laberintos
supusieron dolor
para ti.

Carmen Maroto






Dijo NO -o no pudo
decir No-
y la calle
escucha el chasquido
de su carne desvalida.
Ellos, los infames,
ejercen
su miseria
sin reparar
en el espanto.